Llego al metro y enchufo el ‘gualman’. Loneliness, de Ben Harper. Lo pongo a tope. Prefiero no eneterarme de nada. Al fin y al cabo, hacer competir una lentita de Ben Harper con la conversación de dos aspirantes a Belén Esteban sería un absurdo. Todavía distingo alguna frase. La más bajita de las dos dice que no puede con el frío. Que ójala fuese siempre verano. No por el calor. Eso no le importa. De hecho, va con minifalda. Sino porque no se hace nada. Yo vuelvo a subir el volumen. Pero hablan alto. Muy alto. Y se cuela algún comentario. Ahora no oigo nada. Ok. Así mejor… Bien, está lloviendo en el metro.

Cuando llueve en el metro el día es distinto. Distinto es algo que se diferencia de lo común. Y lo más común en el metro es no dirigirse la palabra. Diferente sería que los días que llueve en el metro todos nos pusiéramos a hablar. Pero eso no ocurre ni cuando sucede algo extraordinario. Que llueva en el metro lo es. Pero, cómo será el mundo de complejo que la fina lluvia que me está refrescando la cara en plena línea 10 es menos extraordinaria que hablar entre nosotros cuando viajamos en metro.

El metro es un medio de transporte que se parece a un tren pero que, a diferencia del segundo, sólo funciona con oscuridad. La oscuridad es la ausencia de luz. De modo que, cuando llueve, todos  tenemos que desprender un poco más de luz. Porque fuera también está lloviendo y ya se sabe qué pasa con los días lluviosos: que la luz es más tímida.

La timidez es no tener ánimo para emprender una acción. Y yo no tengo el ánimo para un día de lluvia en el metro. El agua ha comenzado a estancarse en las vías. Y la gente empieza a lamentarse por todo. Malditos quejicas. No importa quién seas, me digo mientras me aparto los cascos de las orejas. Siempre habrá algo que te provoque timidez. Probablemente, al más fuerte del planeta le haya sido asignado el motivo más ínfimo para no atreverse a hablar con la persona que tiene en frente. La timidez no necesita motivos, le comento al de al lado. Más bien los tiene todos. Y los intercambia conforme se acercan las situaciones.

Mientras, la lluvia ha hecho su trabajo.Todos estamos calados y el agua comienza a desbordar la vía para meterse entre nuestros zapatos. Los míos son de todo a cien. Pero el tipo de al lado. El traje gris y corbata naranja al que le estoy dando la tarde con mis comentarios, parece tener mejor gusto que yo. E invierte su dinero en algo más importante que salir a hablar con los amigos –mi principal agujero económico, sin lugar a dudas–.

Invertir es destinar un dinero con la esperanza de que el primer desembolso se multiplique por cuatro o por cinco. Por doscientos mil, se llama especulación, pero no veo a este tipo cara de banquero. Aunque debe saber de inversiones, porque no para de decirme que invierta mi tiempo en otra cosa. Le digo que qué hay más importante que hablar sobre la timidez. Sobre todo ahora que el nivel del agua ha superado nuestras rodillas y hay pocas esperanzas de salir vivos…

El traje gris y corbata naranja no se inmuta. Ha decidido hacerse impermeable a mis preguntas. Pero no pienso irme. Como todos los que estamos en el andén. Nadie se irá antes que ninguno. Eso significaría perder el próximo tren. Y eso sí que no, vaya… Antes comienzo a responder a las dos aspirantes de Belén Esteban que han comenzado a hacerme preguntas incómodas.

Me vuelvo a poner el «gualman». Suena In the Rain de Ernest Ranglin. Y ya todo me da igual… Como si quiere llover en el metro…